Ruta por la Costa da Morte: entre faros, percebes y pazos
La Costa de la Muerte (Costa da Morte en gallego) son unos 200 kilómetros escasos de recorrido –desde Malpica de Bergantiños hasta Cabo Fisterra– por uno de los paisajes más enigmáticos, bellos y auténticos que existen.
Esta parte de la costa gallega está formada por un paisaje enigmático, bello, difícil: acantilados de 100 metros de altura, calas recónditas, playas salvajes, pueblecitos pesqueros, faros perdidos, un mar embravecido... se trata de una costa legendaria, sin duda, y que vale mucho la pena visitar. ¿Te animas a recorrerla con un inolvidable "road trip"?
Ruta de los Faros, de Malpica a Fisterra
Desde la ciudad de A Coruña -donde puedes llegar en coche o avión- lo suyo es poner rumbo al sur: el inicio de este camino es en Malpica, que se encuentra a unos 40 minutos en coche. En realidad, podríamos recorrer la distancia total hasta Fisterra en un par de horas en coche, pero, si es posible, merece la pena hacerlo en dos o tres días. Parar, contemplar, comer, contemplar otra vez, dormir... por el Camiño dos Faros.
Son 8 faros y lo idearon unos amigos para caminar por el borde del Atlántico, explorando la costa, los pueblos y la cultura puramente gallega. En Malpica, punto de partida, no es mala idea darse un paseo por sus callejuelas y la parte vieja y subir a la parte alta para acabar en Cabo de San Adrián donde se pueden contemplar las Islas Sisargas en el horizonte, y allí respirar por primera vez la esencia de esta poderosa costa.
Sugerencia alojamiento: si antes de adentrarte en la Ruta de los Faros, quieres sumergirte de pleno en la esencia gallega, nada mejor que alojarse en un pazo como el Pazo do Souto, a tan solo 20 minutos en coche de Malpica. Construido en 1672 por el Marqués de Montenegro sobre una torre medieval, este establecimiento se ha convertido en un hotel con encanto de tan solo 13 habitaciones que, desde su apertura en 2018, está recomendado por la Guía Michelin. En 2020, también ha sido premiado con el Travellers' Choice de TripAdvisor.
Corme y la morriña gallega
Desde Malpica a Corme hay unos 20 kilómetros. Cuando uno llega por primera vez a Corme se da cuenta de lo que significa la morriña gallega. Se respira en el aire y luego se siente en la piel. Es como descubrir un sentimiento de pertenencia que no creías tener. Supongo que tiene que ver con el silencio, incluso con la complaciente soledad que inunda a este adorable pueblecito pesquero; pero, sobre todo, tiene una relación directa y misteriosa con la mar: el sonido de las olas al romper entre los arrecifes, las gaviotas graznando suspendidas sobre el viento y ese olor tan peculiar a marisco que inunda la atmósfera. Por eso, cuando uno ha entrado en Corme, ya no se puede escapar, aunque luego se vaya a la otra parte del mundo.
Sugerencia alojamiento: la noche antes de llegar a Corme, puedes alojarte en el complejo Aldeola, un hotel de esencia rural a las afueras de Malpica, donde te sentirás como en casa y donde podrás "iniciarte" en las bondades gastronómicas gallegas con un desayuno con productos caseros y de "calidade".
El Faro Nariga
Desde Corme a Cabo Nariga (al norte) hay unos 10 kilómetros. El poderoso oleaje y las rocas afiladas le protegen y le dan vida. De hecho, varias cruces se han clavado a lo largo de la costa en recuerdo a los valientes percebeiros que perecieron en el intento. Hablan los entendidos de que el percebe más apreciado del planeta se encuentra entre los cabos Nariga y Roncudo. Es un lugar sacado de un sueño. Acantilados de granito y cuarzo con formas y colores indescriptibles que cuelgan sobre el Atlántico. Una carretera sinuosa, casi siempre envuelta en neblina, nos lleva hasta allí. La mar en estado puro. El Faro Nariga es uno de esos faros clásicos, diseñado recientemente por el afamado arquitecto César Portela, nos recibe imponente, observando el horizonte luminoso, tal vez guiando a los percebeiros en su ansiada y romántica búsqueda del percebe. Los atardeceres y las puestas de sol quitan el hipo.
Roncudo, territorio del percebe
Entre Nariga y Roncudo hay unos 12 kilómetros, Aquí todo gira alrededor del admirado percebe, un crustáceo raro –parece un muñón– huidizo, casi ermitaño, que se esconde en las zonas más inaccesibles de la Costa da Morte. Es un recorrido fascinante, repleto de paisaje esencialmente gallego. Es curioso escuchar con qué sentimiento hablan del lugar. Amplias praderas combinadas con bosques de eucaliptos y riachuelos tímidos, donde se ocultan auténticos tesoros de la antigüedad: descubrimos una calzada romana, castros milenarios ocultos entre la maleza, una escultura de una serpiente presumiblemente de la época celta y multitud de petroglifos cuyo origen se desconocido.
Praia de Niñóns y Praia de Barda
Más tarde, nos desviamos continuamente por serpenteantes senderos hacia la costa. No es difícil encontrar playas de aguas cristalinas y arena blanca. Calas salvajes. Praia de Niñóns y Praia de Barda son dos preciosos ejemplos. Aunque luzca el sol en todo su esplendor, no suele haber ni un alma, ni una sola toalla sobre la arena. Es verdad que cuesta llegar y que el agua está muy fresca, pero eso es justamente lo bueno que tiene. Son calas naturales, rodeadas de vegetación y que únicamente mantienen las antiguas casas de pescadores en pie. Son un tesoro.
Dónde comer el percebe
Francamente es muy difícil no comer excelentemente por esta zona, sea donde sea. La materia prima es de altísima calidad. El percebe para que esté bueno debe oler a las algas del mar, si tiene días su sabor es amargo y desagradable. Si es reciente, su sabor es dulce. Por cierto se trata del crustáceo que menos calorías tiene. Puestos a sugerir, el restaurante Miramar de Corme es una magnífica opción para degustar el percebe elaborado al estilo cormelán (con patatas). Llevan muchos años sirviéndolo. También cuentan con un marisco exquisito en la cocina de Mar Ardora, en Cabana de Bergantinos, a poca distancia al sur de Corme. Al final, sea como sea, este viaje te deja el sabor del mar gallego para siempre en el recuerdo.
La prehistoria gallega
Más hacia el sur, en dirección Borneiro, hay que poner el freno y disfrutar de la prehistoria gallega. Cerca de allí hay dos interesantísimos restos arqueológicos: el castro de Cibdá (siglo VI a.C), una antigua fortaleza militar celta en medio de un bosque, y el dolmen de Dombate (IV milenio a.C), probablemente el monumento megalítico más fundamental de la historia de Galicia. Más adelante, alcanzaremos Laxe. Como no, allí también tienen su faro. No es de los más bonitos, pero han habilitado una mesas y sillas para disfrutar de las apoteósicas vistas. Sin duda, uno de los tramos más bonitos en esta costa es el que va de Arou al faro de Cabo Vilán, donde circulas por una pista de tierra donde domina el paisaje agreste, virgen y con un encanto desbordante. Este faro (el primer faro de luz eléctrica de la península) es un símbolo en Costa da Morte, puesto que su luz alcanza los 55 metros mar adentro. ¿Cuántas vidas habrá salvado?
Sugerencia alojamiento: si decides hacer parada en Laxe, el hotel A Torre de Laxe no te dejará indiferente. Ubicado en una casa catalogada como Patrimonio Cultural de Galicia, ofrece 7 habitaciones de estilo colonial que hacen las delicias de todos sus huéspedes. Su salón con chimenea es ideal para relajarse en las tardes otoñales.
De Camariñas hasta el fin del mundo
Como se sabe, en Camariñas mandan las “palilleiras”, las conocidas artistas de los encajes de bolillos. Es curioso verlas trabajar. Luego, vamos hacia Mugía o Muxía, en lo que se podría llamar la ruta de las tres Rías o la Costa da Morte sur. Esta población es un buen lugar para entender los mitos y leyendas de Galicia. Un extraordinario ejemplo es la del conjunto de piedras situadas en la Punta da Barca, un rincón privilegiado pegado al mar, del Santuario de Nosa Señora da Virxe da Barca y del faro de Punta da Barca. La más conocida la de la “Pedra de Abalar” (se le atribuyen propiedades mágicas, incluso la gente creía que se libraba del pecado si movía esta enorme piedra).
Cabo Fisterre, donde el mundo se acaba
El Cabo de Finisterre, o Cabo Fisterra en gallego, es donde efectivamente el mundo llegaba a su fin y la tierra se acababa. Así lo pensaron los romanos contemplando el sol hundiéndose en el horizonte y oscureciendo la vida. Allí, a dos kilómetros del pueblo, subiendo por un caminito, se llega hasta el último faro de la ruta. Un faro majestuoso de 143 metros de altura sobre el nivel del mar. Mi sugerencia sería ir al atardecer, claro. Es uno de los puntos de la geografía mundial donde más impresiona la puesta de sol (entiendes a los romanos). No importa como este el océano. Es brutal esté como esté, sea enfurecido o relajado.
Sugerencia alojamiento: sin duda, una de las mejores formar de poner la guinda final a la Ruta de los Faros, es alojarse en uno de ellos. El Hotel O Semaforo está situado en el Faro de Finisterre, construido en 1853 a 138 metros sobre el mar y a 3 km de Fisterra. Desde el año 1999 y tras una muy acertada reforma en 2016, la antigua sede de vigilancia de la marina, se ha convertido en un pequeño paraíso, un delicatessen hotel y restaurante con cinco exclusivas habitaciones y unas vistas infinitas a lo que antiguamente se consideró el Fin del Mundo.